La personalidad es el modo relativamente estable en que una persona se enfrenta a su mundo. Es la forma que tiene de hacer las cosas y el modo de solventar las situaciones conflictivas.
Del mismo modo que el sistema inmunitario defiende a nuestro organismo de agentes físicos, químicos y biloógicos externos, en condiciones normales, la personalidad nos protege de situaciones desagradables, nos permite conseguir logros, y disfrutar de los gustos.
Esta forma estable de actuar se puede desajustar por varios motivos, propios y ajenos. Es entonces cuando las herramientas que en un momento valían y eran útiles, pasan a ser inútiles o incluso perjudiciales para uno mismo o para las personas del entorno.
Cuando de una forma continuada, una persona se encuentra en situación emocional difícil, angustiada, decaida, obsesionada; ese sistema de defensas y afrontamientos psicológicos necesita de intervención, pues en cierto modo, el "estilo de interacción habitual" no hace que la persona supere la situación crítica.
Lo anterior significa que "por debajo" de una depresión, un transtorno de ansiedad, obsesivo, o cualquier otro problema grave, se encuentra un sistema psicológico-inmunitario afectado.
Por eso, cuando simplemente se trabaja en el estado de ánimo y en la superficie de esos problemas, sin tener en cuenta el "estilo personal de afrontamiento" de cada persona, se suele conseguir o el fracaso o simplemente la paliación de las consecuencias.